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Un ejercicio para bajar la autoexigencia

La autoexigencia severa puede desconectarnos de nuestros valores profundos. El componente de autoexigencia debe estar puesto en su justo lugar para que no nos dañe.

Necesito que me sigas en esta reflexión: nuestra vida está dirigida por formas de aproximarnos a los eventos y experiencias que vamos acumulando, y esas formas se han ido cristalizando desde temprana edad, en gran parte por la influencia parental y de nuestro entorno inmediato. ¿Hasta aquí bien? OK, además, esa formas o estilos de afrontar las cosas (evitando, confrontando, negociando, postergando, etc etc), son mediadas por pensamientos que llevan a la toma de decisión, que es más condicionada de lo que pensamos. ¿Sí? Sigamos un poco más: esos pensamientos tienen la forma de voces interiores y, aunque a veces nos cuesta reconocerlas, con un trabajo de autoconciencia podemos detectarlas. ¿Se entiende?
Si llegaste a seguirme hasta acá, acordarás conmigo que en nuestra mente hay un concierto de voces de distinta intensidad, expresividad e intermitencia que nos acompañan. La clásica representación del aparato psíquico freudiano donde el superyó (moral) se enfrenta al ello (impulso) con la mediación de un “tiranizado” Yo, también podría ser puesto en evidencia a través de voces como lo ha sido en imágenes, uno el angelito, el otro el diablito y el tercero un negociador respectivamente.
Hoy me interesa que escuches la voz de la autoexigencia. Pero de esa autoexigencia severa, a veces punitiva que está muy pendiente de las opiniones ajenas, del cumplimiento de roles y demandas externas (inclusive a veces ignorando la sabiduría del mensaje profundo de nuestro corazón) y que puede desconectarnos de nuestros valores profundos. Hoy sabemos que esto es de lo más dañino para nosotros.
Lo veo mucho en el ámbito de la salud. Aquí la competencia puede ser feroz, ya sea por títulos, créditos, logros o currículums. El reconocimiento de las entidades académicas o científicas se puede volver una obsesión, al punto de hacernos olvidar de lo verdaderamente importante: el para qué de mi vocación, del ejercicio de mi profesión. A veces, mientras más se avanza en el camino del éxito profesional, más se desciende por la senda del respeto y la honra al paciente que nos consulta, y éste se convierte en un cliente, un “sujeto” de estudio o un lindo caso.
En este caso, la autoexigencia se corrió del interés y la conexión con el otro ser humano al mero “éxito profesional” y cambió su voz. Suena más ronca y a la vez más fría, cortante, desafectivizada.
Escuchar nuestras voces internas: un ejercicio 


Esto puede pasarle a cualquiera, y no sólo en el ámbito profesional. Por lo tanto, debemos poner en su justo lugar a este componente de autoexigencia para que no nos dañe ya que si está bien utilizado nos permite desarrollarnos y crecer potencialmente. Sin una buena dosis de ella ni el mismísimo Buda habría logrado su liberación mental definitiva.
Por ello te propongo un ejercicio sencillo y aquí te lo transcribo:
  • Sentate o ponete cómodo en un lugar tranquilo, en lo posible silencioso donde puedas disponer de unos momentos de intimidad.

  • Comenzá a tomar conciencia de tu cuerpo y poco a poco seguí tu respiración mientras vas aflojando tensiones innecesarias.

  • Cuando puedas estar más tranquilo, quiero que intentes pensar en algo que te decís a vos mismo en determinada situación, pero con la influencia de una autoexigencia severa: “hoy tengo que lograr esto”, “tenés que cambiar esta forma de ser” o lo que sea. En realidad, no sólo es importante las palabras que utilizás sino el tono, la forma en que las pronunciás. Entonces, imaginá que está diciéndolas con tu voz y reconocé el efecto que produce esa crítica mordaz interna en vos, en tu cuerpo, en tu ánimo. Quédate un momento con esa sensación, que seguramente no será muy buena.
  • Después voy a pedirte que pienses en la misma situación, pero modifiques las palabras a un modo más compasivo, más tolerante y amable. Puede ser: “sería conveniente que intentara lograr esto” o “me gustaría trabajar para empezar a modificar esta parte de mí”. El lenguaje es más neutral y menos crítico. ¡Y la voz tiene un tono distinto! Sentila más cálida e íntima, como un bálsamo que cura las heridas de la otra voz, la intolerante y crítica. Esta voz, por el contrario, acaricia, protege, contiene, acepta… repetite las palabras con dulzura y afecto. Quédate un momento sintiendo el efecto reparador de esta voz: ¿no es magnífico?
  • Para terminar, agradecete el tiempo dispensado al cultivo de tu bienestar.

Esta práctica sería bueno repetirla de vez en cuando hasta que hagamos consciente el concierto interno de voces y cómo esta voz autocompasiva se suele ver sobrepasada y tapada por la intensidad de la autoexigencia.
Es sólo un ejercicio pero evidencia muy bien el desafío que tenemos por delante de tratarnos mejor en nuestras vidas. ¡Y te aseguro que nos ayuda en ese sentido!.

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